Sobre hogares y entierros.
Hace un tiempo un amigo me dijo – algo así – que si su mente fuera un hogar, y sus seres queridos los moradores, los libros serían algo así como el mobiliario con el que la adecúa, a la manera de regalos que se hace a sí mismo y a quienes ama para que uno y otros no se sientan tan solos. Esta manera personal y romántica de entender la experiencia vital de mi amigo no solo me conmovió – Gracias por regalarme tantos libros y devorarte los que te recomiendo – sino que dio origen a otra pregunta más inoportuna que me empezó a dar vueltas: si mi mente fuera un hogar, ¿cómo sería? Me lo preguntaba en condicional, aunque lo cierto es que ya daba por hecho que mi mente era un hogar, y que seguramente tendría moradores y mobiliario – de algún tipo. Ojala mi hogar tenga fuego – pensé, acordándome de mis clases de Historia y Filosofía del Derecho en la universidad, en las que aprendí la etimología de la palabra hogar. Derivado del latín tardío focare «hogar» (lugar en la casa donde se prepa...